entrá al mejor cine!!

Google
 

Agregame a tus favoritos                 

GRACIAS POR COLABORAR

17 abril 2007

Enrique

Enrique es un hombre rutinario y como todos los días el despertador sonó a las 6 horas 48 minutos, se refregó los ojos, enfoco la mancha de humedad en el techo y se incorporo para arrancar otra monótona jornada laboral. Pera había algo que cortaba esa monotonía y le daba fuerzas para empezar.
Mientras se calienta el café que sobro de la noche anterior, en la destartalada maquina de la mesada, aprovecha para ducharse y ponerse su viejo y gastado traje gris topo.
Las dos cuadras que hay hasta la parada del colectivo quedaron atrás y en lo que debería llamarse horizonte comienza a divisarse lo que podría ser un cartel que dice “RAMAL B”. Para Enrique, ese no es un colectivo más, que solo lo llevara hasta la estación; eso que se aproxima es un “carruaje” que trae a su bella “doncella”.
Como todos los días, Enrique, esperaba con anhelo subir al interno 32 que llegaba a su encuentro pasados unos minutos de las 7:30 de la mañana. Esos poco mas de veinte minutos que duraba el viaje, arrugando el traje contra el amontonamiento de otros pasajeros y sudando cual pollo al espiedo, eran para él como un paseo por el rió un amanecer de primavera, porque claro, en esa mole de lata con ruedas venia Adriana, la persona que hacía palpitar a Enrique desde que se conocieron, una mañana de otoño, cuando solo eran dos inocentes niños de colegio. Y Enrique ya lo había decidido, mientras descansaba, en el patio de hormigón de su casa, sobre una reposera clueca y oxidada, la interminable tarde del pasado domingo; se decidió. No quería tenerla más solo en su cabeza, quería decirle a Adriana todo lo que sentía por ella, todo lo que se movía dentro suyo cada viaje a la estación, todo el futuro que tenia planeado para los dos desde que se pasaba horas mirándola en el gastado salón de la escuela primaria.
Por eso ese viaje a la estación no sería como los otros, sería la declaración de todo el amor que una persona pueda sentir por otra, de la esperanza y de la exaltación.
Enrique extiende su brazo a fin de que el chofer, que hoy se convertiría en una especie de cupido celestial y no solo por el color de su camisa, comience a detener la marcha y se pose a su lado, pero algo no estaba en los planes, algún planeta no estaba alineado ese día,
justo ese día,
ese mismo día,
el colectivo no paró!!!

ENRIQUE